martes, 11 de agosto de 2009

La Pedagogía de Jesús


Todos los que hemos recibido la bendición de llamarnos maestros y, como tales, dedicarnos a la labor de formar y enseñar deberíamos considerar indispensable para el desarrollo de nuestra vocación la observación cuidadosa de los métodos y procedimientos que Jesús empleó en su labor de “Rabí” (maestro).
Visualizar a Jesús enseñando, es un “ejercicio” que no debe perder su atractivo. Cada vez que nos acercamos a la persona de Jesús descubrimos una multitud de nuevos tesoros que modifican nuestra perspectiva sobre el proceso de formar a otros mediante la enseñanza. Visualicémoslo enseñando en una sinagoga, o en el sermón de la montaña y, luego notemos las, a mi entender, características más importantes de la pedagogía de Jesús:
1.- La escuela de Jesús era su propia vida
La gran debilidad de la enseñanza es enfocarse solo en los contenidos. Es mucho el tiempo de estudio y preparación de material; pero es poco el tiempo dedicado al elemento principal de nuestra labor: la vida misma del maestro, su coherencia, su testimonio.
La razón por la que Jesús impactó tan profundamente en sus discípulos es la calidad de su vida. Enseñó lo que vivió, eso lo hizo distinto. No le bastó enseñar la teoría de los temas que abordaba, sino que su enseñanza estuvo impregnada de su apego y compromiso con la verdad. Luego, sus discípulos afirmaron que enseñaban los hechos que habían visto y oído, lo que habían contemplado y palpado con sus manos. Es decir, hablaron de la clase de persona que era el Maestro con el que habían convivido y después, como añadidura, de los conceptos que de El recibieron.
Cuando nuestra enseñanza se basa solamente en el conocimiento de la teoría de los temas, enseñamos sin compromiso y sin autoridad, nuestra vida se separa de la vida de nuestros estudiantes, se muestra fría y distante y esa despreocupación contradice la eficacia de las verdades que deseamos otros incorporen a su vida.
Nuestros estudiantes percibirán cuándo nuestra enseñanza está respaldada por la vida de su maestro. Ellos nos escuchan de una manera diferente cuando nuestros apuntes y nuestra vida comunican exactamente el mismo mensaje.
2.- Preguntar y Repetir
Son dos los estímulos que aporta la pedagogía de Jesús al aprendizaje: Preguntar y repetir.
Casi siempre, Jesús, inició sus tertulias con una pregunta, de esta manera, obligó a los discípulos a reflexionar sobre el asunto, en lugar de darles directamente la respuesta. Un maestro no debe comunicar a sus estudiantes una verdad que puede ser descubierta por ellos mismos. El buen uso de las preguntas les ayudará en esta tarea. La tendencia es a olvidar rápidamente las enseñanzas recibidas, pero a conservar permanentemente las verdades personalmente descubiertas.
Usó la técnica de repetir una y otra vez de muchas maneras una misma verdad para que quedara grabada en la mente de los suyos. Por ejemplo: para explicar el reino de los cielos utilizó trece parábolas distintas. Este método audiovisual permitió a la gente identificar el Reino al ver las redes y los peces, al ver las semillas y los frutos.
El buen maestro debe conocer el contexto particular de sus estudiantes, de modo que sus enseñanzas resulten relevantes a la realidad que cada uno.
3.- Enseñanzas claras y prácticas
Los principios enunciados de manera teórica deben invadir la vida cotidiana de los estudiantes, lo otro sería quedar atrapados en generalidades ya conocidas. Por ejemplo todos sabemos que es necesario cuidar el medio ambiente, lo que falta saber es cómo cuidarlo; para ello el maestro debe comenzar con su ejemplo frente a sus estudiantes.
Jesús buscaba que sus enseñanzas fueran claras y prácticas. Echó mano de elementos de la vida cotidiana de sus oyentes para explicar las verdades eternas: una moneda perdida, una perla preciosa, una semilla de mostaza, la levadura, las ovejas o el aceite para las lámparas.
El buen maestro debe conocer el contexto particular de sus estudiantes. Las luchas, los desafíos, las aspiraciones y los temores que enfrentan en su vida, serán las monedas, las perlas, las semillas, la levadura, las ovejas y el aceite de sus lámparas; de esa manera nuestras enseñanzas resultarán relevantes a su realidad. La enseñanza, para ser significativa, debe impactar el desarrollo de sus vidas.
4.- Respetó las etapas del desarrollo
Un maestro que limita su labor a la enseñanza no logrará impactar la vida de sus estudiantes. Así como Jesús, el maestro sabe que existen tiempos particulares y, por sus características, ascendentes. Pasamos de la empatía inicial y la sobriedad de nuestra pedagogía a incrementar el proceso con nuestro compromiso y vínculo afectivo. No fabricamos máquinas, mucho menos objetos en serie. Es inherente a nuestra condición humana crear y fortalecer dicho vínculo como el tiempo decisivo para lograr hacer de nuestra escuela una comunidad de vida y no solo una comunidad de trabajo.
Un punto débil en nuestra pedagogía es exponer a nuestros estudiantes a verdades para las que ellos aún no están listos. Los educadores nos abocamos a contestar preguntas que las personas no se están planteando, y por esto caemos en la irrelevancia. Hablarle a un grupo de jóvenes solteros sobre el matrimonio nunca provocará el mismo resultado que al hablarles sobre la amistad. Hablar a los novios sobre la amistad nunca provocará el mismo resultado que hablarles sobre el matrimonio. Por dar una enseñanza a destiempo derrochamos desperdiciamos el tiempo y derrochamos los esfuerzos propios y los de nuestros estudiantes
5.- El aprendizaje es un proceso
El maestro nunca da por sentado que su enseñanza fue claramente comprendida por todos. Las personas filtran lo que enseñamos a través de las particularidades de su propia cultura y experiencia personal, por lo que le dan una interpretación a la verdad que no siempre es acertada o completa. Solamente por medio de diálogos posteriores, casi siempre personalizados, lograremos que obtengan una comprensión clara de la enseñanza. Estas pláticas personalizadas son una ventaja, pues permiten adaptar la enseñanza a la situación particular de cada uno. No es lo mismo enseñar a una persona sana que a una enferma, a un niño bien alimentado que a uno desnutrido; en ese momento posterior lograremos realizar los ajustes necesarios a las enseñanzas generales para que sean aplicables en un contexto particular.
6.- Aprovechar las oportunidades
El currículo de las enseñanzas de Jesús lo iba determinando el maestro de maestros según las experiencias particulares de los suyos, muchas veces en el curso de un día.
El maestro no se debe sentir atado a sus apuntes ni se exige cumplir a como de lugar con la totalidad del programa. Permanece atento a las inquietudes de sus estudiantes y detiene sus actividades programadas para aprovechar situaciones idóneas que le permitan enseñar algún principio útil para su vida.

Debemos dejar espacio para que sea el Espíritu del Maestro el que dirija nuestra enseñanza, y no nosotros mismos.
Para terminar, Jesús es fuente inagotable de amor y sabiduría. Me animo y les animo a buscar más del magisterio de Jesús que pueda ser aplicable a nuestra propia pedagogía. Visualicémoslo enseñando a miles, a doce o a uno; siempre con la misma entrega. Lo que descubras en EL te servirá a ti mismo.

jueves, 6 de agosto de 2009

Para ser mejores maestros


Ser un buen maestro no solo es fundamental para alcanzar el desarrollo cognitivo y el de las múltiples inteligencias de los estudiantes, sino también para conseguir su bienestar espiritual. Si un estudiante mantiene una adecuada valoración del testimonio profesional y personal de su maestro, es más sencillo que desarrolle una estrecha relación con Dios.
Muchos no han tenido un buen ejemplo. En las aulas algunos maestros están como ausentes. Otros son fríos y severos. ¿Cómo romper con este círculo vicioso y ser maestros camino entre nuestros estudiantes y Dios?

1.- Busquemos al modelo perfecto del amor.
Dios es el modelo perfecto de amor para los maestros. Jesús nunca dudó del amor de su Padre. Aquel vínculo de confianza, entrega y comunicación debe buscarse siempre entre un maestro y sus estudiantes. Inspirados en Dios debemos ser sabios para aprobar, corregir, aconsejar y encaminar. Si el amor de Dios es la fuerza que nos permite vivir inspirará nuestra pedagogía, nuestra palabra, nuestros métodos, nuestra vida.
2.- Vivir como “Libros abiertos”
Esto es vivir en la verdad. El conocido músico Cliff Burton en “To live is To die” nos dice: “Cuando un hombre miente mata a una parte del mundo. Éstas son las muertes pálidas a las que los hombres mal llaman 'sus vidas'. No puedo soportar seguir siendo testigo de todo esto. ¿No puede elReino de los cielos llevarse a casa?”
Vivir en la verdad consiste en llevar el Reino de los cielos a la escuela. También implica tratar con respeto y dignidad a los estudiantes, así les enseñamos a tratar con el mismo respeto y dignidad a los demás. La manera de actuar del maestro influye siempre en sus estudiantes. Dos palabras son claves para crear un ambiente de apego a la verdad o de “Libros abiertos”: felicidad y perdón.
El maestro debe promover un ambiente de felicidad mediante la dedicación a todas pero a cada una de las vidas puestas, por voluntad de Dios, en sus manos de alfarero o formador. Cada estudiante es único y necesita no solo de los conocimientos de su maestro, sino de un norte y objetivos para su vida. El maestro le puede ayudar a encontrarlos, con respeto, con apego a la verdad y sin manipulaciones.
El ambiente de perdón se promueve también con el ejemplo. El maestro perdona y pide perdón. La felicidad y el perdón fortalecen la unidad de toda comunidad humana, una de ellas es la escuela.
3.- Preocupación por la espiritualidad
Un maestro responsable, con principios y valores cristianos, vela por las necesidades espirituales de sus estudiantes. Es responsabilidad de los maestros fortalecer su conducta de fe, animarles cada día a tener una relación intima con Dios. Orar juntos, meditar en el ejemplo de Jesús, promover la práctica de nuestros valores cristianos en la escuela y en su casa. Que los estudiantes vean que su maestro ama y honra a Dios con su vida. Los maestros tenemos que demostrar que valoramos las cuestiones espirituales; de lo contrario, los estudiantes lo notarán enseguida.
4.- Disciplina y correción
“En su acepción más común la disciplina es la capacidad de enfocar los propios esfuerzos en conseguir un fin, si bien etimológicamente, disciplina hace referencia a la instrucción dada a un discípulo, acepción que preserva el sentido de la palabra original en latín (instrucción) cuya raíz “discere” significa aprender. Su sentido es amoldar el carácter y el comportamiento de un individuo para conseguir una eficiencia máxima en alguna labor. Así se habla de disciplina militar a la seguida por las fuerzas armadas o disciplina escolar a la que se aplicaría en las escuelas para conseguir un mejor aprendizaje”.
Los estudiantes necesitan que se los corrija con amor. La disciplina es fundamental para que se conviertan en personas de bien. Algunos maestros parecen creer que la disciplina implica un trato severo, que incluye amenazas, insultos y humillaciones. Sin embargo, nunca se debe relacionar la disciplina con la crueldad. Por supuesto, en ocasiones tal vez haya que imponer alguna sanción, pero esta debe ser aplicada con paz y en un ambiente de diálogo veraz, perdón, tolerancia y comprensión.
Maestro, tu escuela será un evangelio viviente en cuyas aulas es sembrada la semilla del amor de Dios que permita cosechar salvación. Si alguna vez creímos que no es posible, que es demasiado tarde o que a pesar de los esfuerzos realizados nos resulta casi imposible lograrlo, no nos sintamos mal, Dios es especialista en las razones imposibles ante los ojos de los hombres. Ora por mí que yo lo haré por ti. En Dios si es posible.