domingo, 5 de octubre de 2008

¿Qué se dice cuando muere un poeta? - Homenaje a Alfredo José Delgado Bravo


Se dice, tal vez, que las heridas del mundo han perdido a un intérprete; que los dolores ajenos quedarán guardados en los corazones dolientes o que las quebradas profundas y los cielos abiertos no volverán a ser descritos de acuerdo a un estilo.
Cuando muere un poeta pienso que es necesario ver morir a la semilla para luego verla dar fruto; que los dolores se hacen gemido mientras vuela el alma libre del aedo a la morada descrita desde una tierra donde apenas se sintió peregrino, desgarrado por las contradicciones de su visión entrañable acerca de la realidad humana.
Alfredo José fue un poeta admirable, por eso su muerte no quiere decir nada. Su mirada extasiada en los recuerdos, en las empolvadas calles, en el charco, en el cielo limpio y celeste de Monsefú; su visión del sufrimiento, su posición política, su pedagogía, el origen de su raza… mezcló su visión surrealista al espacio real, fundiendo en un estilo la letra de su humilde pluma a la altura de los caminos limpios del profeta.
Diría pablo Neruda, en letra que aplico al maestro: “Yo poeta, popular, provinciano, pajarero, fui por el mundo buscando la vida… aunque nadie me pagó por eso, recibí aquellas alas en el alma y la inmovilidad no me detuvo… Todos vamos pasando y el tiempo pasa con nosotros, pasa el mar, se despide la rosa, pasa la tierra por la sombra y por la luz, y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros”
Cuando muere un maestro, se muere y punto. Vuela su alma pero queda su obra. Entonces, el mundo cerrado, que se comunica solo con la voz de su altivez, se abre. La tierra diminuta que no concibe los milagros de las voces creadoras, crece. Los panes y los peces de los hombres, que esperan reposando en una cesta, se multiplican y alcanza su grandeza sobrenatural para todo el género expectante. Se abre, crece y se multiplica la obra de Alfredo José Delgado Bravo que mora eternamente en un nivel al que es imposible acceder hasta que muere la semilla.
Cuando muere el poeta importa más el dolor de los que quedan con un vacío imposible de llenar, con una ausencia fundamental. Se da paso al silencio, a las miradas profundas, a los sonidos del alma. A los ecos de sus letras vivientes en “Testigos de cargo”, “Monetario”, “Intimo ser”, “La casa Ruana”, “Las horas naturales”, “Historia intima de la tierra y el mar” y de “Para todos los mundos”.
En “Lo que ignoran los suicidas”, Alfredo José, decía: “De tal manera está hecha la vida/ que una brizna de luz puede matarla/ y la mas leve presión encadenarla/ y un aroma dejarla mal herida/ agónica y fatal, desde nacida/ Puede un dolor, no obstante, modelarla/ conferirle belleza en un acto y parla/ toda muerte dejando trascendida/mas nadie llega a tal aventuranza/si antes no la ha perdido paso a paso/junto con el amor y la esperanza/porque la vida suele, de rechazo/unir lo fugitivo de la danza con lenta agonía del ocaso”
Se abren hoy los labios al lenguaje del recuerdo, pues hay recuerdos que no necesitan ser llamados… ¡siempre están ahí! y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los amados, de los cercanos, de los queridos; el rostro sonriente que de ti guardo en mi memoria.
Querido Alfredo José, te despides porque eliges ser tú para ser recordado como semilla, porque volverás cada día con otros nombres en el corazón de cada poeta, porque eres el poeta que camina sonriente tras la luz de su destino, el poeta de las almas, el poeta de las vidas, el poeta que no muere.